El jefe de inteligencia
militar israelí renunció a su puesto tras el ataque sin precedentes de Hamás
del 7 de octubre, anunció el lunes el ejército, y se convirtió en el primer
alto cargo israelí en renunciar por los fallos en torno al ataque más mortal en
la historia de Israel.
Se trata del general de división Aharon Haliva, quien ya
había asumido públicamente la responsabilidad por las fallas de inteligencia
que condujeron al ataque en el que, según Israel, militantes de Hamás mataron a
1.200 personas y tomaron como rehenes a unas 250.
Haliva es, por el momento, el único alto cargo israelí en
dimitir por los fallos de inteligencia que llevaron a que Hamás pudiera llevar a
cabo el mayor ataque en territorio israelí en los últimos años.
El general de división reconoció que “no estuvo a la
altura de la tarea que se nos había confiado”.
Ya que varios funcionarios militares y de inteligencia pasaron
por alto o ignoraron múltiples advertencias antes de que cientos de
hombres armados de Hamás traspasaran la valla fronteriza de Gaza ese día y
atacaran comunidades israelíes, bases militares y un festival de música.
El general, Haliva ha pedido una comisión estatal de
investigación: "que pueda investigar y descubrir de manera rigurosa,
profunda, exhaustiva y precisa todos los factores y circunstancias que
condujeron a los difíciles acontecimientos".
El hasta ahora jefe de la inteligencia militar, quien se
mantendrá en el cargo hasta que se elija a su sucesor, según ha comunicado el
ejército israelí, no solo ha sido el primero en dimitir, sino que también fue
el primero en reconocer, 10 días después del ataque, su responsabilidad por los
fallos de inteligencia.
Ya que él mismo se encontraba de vacaciones en la ciudad
costera de Eilat, en el Mar Rojo, cuando recibió una llamada de madrugada,
unas horas antes del asalto, informándole de un posible ataque de Hamás.
Esta renuncia tardía puede abrir la puerta para nuevas
dimisiones. Muchos de ellos podrían venir de la cúpula de seguridad de Israel. Mientras
que Haliva y otras personas han aceptado la culpa por no haber impedido el
ataque, otros han evitado hacerlo, en especial el primer ministro, Benjamín
Netanyahu.
Quien ha dicho que
responderá a preguntas difíciles sobre su labor, pero no ha reconocido una
responsabilidad directa por permitir que se produjera el ataque. Tampoco ha
indicado que vaya a dejar el puesto, aun cuando el termómetro en las calles pide
nuevos aires.
Lo cierto es que estos sucesos han desencadenado una guerra
devastadora entre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y el grupo extremista,
Hamás. Que han devastado las dos principales ciudades del asediado
enclave costero y expulsado de sus hogares al 80% de su población.
También han provocado una catástrofe humanitaria que ha provocado advertencias
de una hambruna inminente.
Que según el Ministerio de Sanidad gazatí, controlado por Hamás, ha elevado a 34.097 los muertos —la mayoría de ellos niños y mujeres— el número de víctimas en la Franja desde que se inició la ofensiva israelí el 7 de octubre. En una guerra que se ha prolongado más de lo necesario y con más actores participando en ella, como la Guardia Revolucionaria iraní, Hezbolá y el apoyo indirecto de Occidente en apoyo a Israel.
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